Traemos a este site el post publicado por Bubisher
Estos días el Cervantes ha mantenido un pulso con el Sáhara. A su propuesta de la elección de una palabra muchos hemos respondido con «Olvido», atendiendo una propuesta de luchadores como Salvador Pallarés, el Poemario y otros. El Cervantes (que no Cervantes, Cervantes lo habría tomado con buen humor y generosidad), ha respondido tachando la palabra: «Usted no está autorizado a visitar esta página». Es decir, ellos han elegido la palabra «CENSURA».
Al parecer el origen de la eñe se remonta a la Edad Media. Parece creíble el hecho de que algún escribano, con dedos entumecidos y hasta el gorro de tinta, decidiera economizar y señalar las dobles enes con este signo tan representativo hoy del español, aunque no exclusivo.
Esa mañana los refugiados llegaron de todas partes, y como hogueras alumbraron ese trozo de desierto, donde iba a ser recibido el Hombre del Norte.
Rama de dolor es la anciana que permaneció sentada horas y horas encima de una piedra pintada de cal con su rosario de ébano, latido de plegarias y ruegos, para narrar su épica de sobreviviente. Al borde del camino un grupo de niños esperaba con sus darráas blancas. El pelo de las muchachas de túnicas negras y nila sembrado de coloridas perlas danzaba agitado por la furia del viento.
La tormenta afeaba el día, tanto si aflojaba como si se intensificaba. Arrugaba los rostros, cegaba las gargantas y aplacaba los gritos de la multitud. La arena se colaba en los ojos, entre los dientes, en los oídos, en los pliegues de la ropa. Alcanzaba los poros, se filtraba por las venas y batía en el reseco cuenco de la mente los sueños y los secretos.
Y llegó el ilustre, la fuerza de su Pájaro de Hierro, levantó un rabo de tempestad que cubrió más si cabe, el apagado camino. Bajó y ajustó bien sus gafas, también lo hizo su mujer que estaba a su lado. Caminaron sobre esa tierra prestada, alfombra de arena y piedras. “Dios mío, ¿quién puede sobrevivir aquí?”, el pensamiento de la dama anidó una fracción de segundo y en seguida lo apartó como una mosca por temor a incubar en su mente un destello de compasión.
El séquito de trajes y corbatas, cruzó el mar de olas verdes, blancas, rojas y negras. Cruzó tropas y armas. Hombres de pie encima de sus dromedarios. Cruzó rostros, simples rostros sin badía, deshojados, abrasados por la sal del destierro y hermosos y tristes y desafiantes y alegres y misteriosos. Cruzó manos que sonreían en el aire y dedos que raspaban las escamas del viento.
Al final del camino el visitante bajó de su lujoso coche y saludó a los ancianos vestidos todos con sus mejores darráas y turbantes de sombra y sed. Saludó a una fila de cataratas y venas ya temblorosas, que le miraban directamente a los ojos: «no somos una herida pequeña, somos una herida».
Dentro de la Gran jaima habló y arañó más concesiones y ni siquiera probó la leche y los dátiles. Sólo trajo tormenta y se fue.
Liman Boicha.
Doña Eñe
La Efe: Es una chula,
te lo digo yo,
mira cómo mueve
el flequillo.
La Che: Bueno, menos aires,
que es cejijunta,
como la tía Facunda,
y de origen,
una virgulilla.
La Eme: Qué va,
chiquilla,
es una espía,
disfrazada
la he visto,
en Portugal, creo.
La Jota: Anda, y en Francia,
de gabardina.
La Ese: Pues a mí me suena…
La Eme: Claro, tú es que eres
del desierto.
Zahra Hasnaui Ahmed
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La tormenta abrió el día, los anfitriones no pudieron agasajar al ilustre visitante con los dos cuencos: uno lleno de leche de camella y el otro de dátiles. El cuenco de leche es símbolo de buenos deseos. Paz líquida que se ordeña y es ofrenda. El dátil es el fruto sagrado, la semilla que nutre, el complemento perfecto.
Me recuerda el signo de la eñe uno del árabe: la shadda. Un signo auxiliar para indicar la existencia de una consonante doble, una virgulilla en forma de w minúscula. ¿Conocería el creador de la eñe la shadda del árabe?
Hay un pueblo, el saharaui, que habla los dos idiomas: el árabe y el español. Desde hace más de tres decenios, la shadda se ha convertido en estrella lingüística, en detrimento de la eñe. En las zonas ocupadas, por imposición política; en los campamentos, por falta de recursos. De hecho, la mayor parte de los libros en español carecen de la peculiar letra ya que se publican en países escandinavos.