Ya hemos llegado a nuestro destino, el campo de refugiados de Dajla, en Argelia. Después de una larga jornada por aire y por tierra, aterrizando en el aeropuerto militar y civil de Tindouf (Argelia) y atravesando 5 horas por las pistas del Sahara, ya estamos instalados en las varias jaimas que pertenecen a diferentes familias.
Las condiciones de vida son muy básicas, pero la hospitalidad es máxima. Las presentaciones con los miembros de las extensas familias acontecen entre prolongadas tongadas de te. Aquí el tiempo corre por su propia cuenta. La comunicación entre castellano, árabe y francés se presta a divertidas confusiones, pero cuando se ha tratado de degustar el exquisito pollito al horno que nos han ofrecido como bienvenida, no ha habido confusión alguna. Un manjar acompañado de un sofrito de verduritas y una generosa ración de patatas fritas caseras.
Al caer el sol, la perezosa vida de las jaimas se traslada a las grandes explanadas de arena, ramblas de coloridos transeúntes que se buscan entre el bullicio de sonidos y arena agitada por el siroco.
Con un poco más de soltura, y envueltos en pañuelos al estilo saharawi, los recién llegados nos vaos integrando con la vida local.
Cada uno emprende con entusiasmo su actividad. Los organizadores de talleres – de foto, de documental, de ficción, de producción – acuden a la caseta del centro de dirección del festival. Alrededor de una austera barraca se concentra una intensa actividad, no sin falta de momentos de cierta incertidumbre, superados con tenacidad y diligencia de los organizadores. A la caída del sol, los directores técnicos del festival preparan las primeras proyecciones de películas bajo las estrellas. Se respira gran excitacion. La primera noche promete.
PS: Dicen que un pájaro del paraíso visita el campamento de Dajla cada atardecer, y brinda su baile entre las 6 y las 8.